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Dragones de leyenda

Tel Arin

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Allí yacía un enorme dragón aureorrojizo, que dormía profundamente; de las fauces y narices le salía un ronquido, e hilachas de humo, pero los fuegos eran apenas unas brasas lIameantes. Debajo del cuerpo y las patas y la larga cola enroscada, y todo alrededor, extendiéndose lejos por los suelos invisibles, había incontables pilas de preciosos objetos, oro labrado y sin labrar, gemas y joyas, y plata que la luz teñía de rojo.
J. R. R. Tolkien El Hobbit



Ninguna criatura es tan representativa de la fantasía como el dragón. El dragón es a la fantasía como el vampiro al terror, como la nave espacial a la ciencia ficción, y como el sheriff al Salvaje Oeste. Existe una razón por la cual el juego de rol más popular del mundo tiene la palabra dragón en su marca. Ni el elfo, ni el grifo, ni el gigante ni el unicornio tiene tanta resonancia en nuestra cultura.

Los dragones aparecen de forma importante en muchos de los mitos de todo el mundo: Tiamat, la diosa sumeria de la creación; las Revelaciones del «gran dragón rojo», una bestia de siete cabezas cuya aparición significa el fin del mundo; el guardián del Vellocino de Oro; la Gran Serpiente que está enroscada al mundo y que acudirá presta para ayudar en la destrucción del panteón de dioses nórdicos el día del Ragnarok; o la gran serpiente Apep, el eterno enemigo de los dioses egipcios, que intenta devorar el sol. Según la leyenda, el héroe griego Cadmus mató a un dragón y esparció sus dientes por el suelo, del que brotaron unos hombres que le ayudaron a encontrar la gran ciudad de Tebas. Perseo, otro héroe griego, encontró a la princesa Andrómeda encadenada a una roca, ofrecida en tributo a un monstruo marino, y la rescató, siendo el precursor de toda una retahíla de héroes, doncellas cautivas y dragones que se extiende hasta nuestros días.

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Tiamat​

Durante la Edad Media la creencia en la existencia de dragones estaba muy extendida. La cristiandad tenía en San Jorge a su matadragones particular, una historia importada de Asia Menor. Los galeses adoptaron al dragón rojo como su símbolo nacional (de ahí surgió la profecía de Merlín correspondiente al dragón rojo que acabaría con el dragón blanco de los sajones). Los vikingos recitaban la historia de Sigurd y el destino de Fafnir, especialmente interesante tanto por la personalidad de la bestia -el primer dragón parlante del que tengo noticia- como por las tácticas de emboscada que se ve obligado a adoptar el héroe para acabar con la criatura.

Fafnir era un gigante que había adoptado la forma de un dragón (la forma más adecuada para defender su tesoro de posibles robos) que murió a manos del joven Sigurd, el cual cavó una trampa en un sendero por el que acostumbraba a pasar la bestia y se escondió en él a la espera de la criatura. La siguiente vez que el dragón pasó por el lugar, el joven le apuñaló la panza sin previo aviso, demostrando que el valor y la astucia son más importantes que el juego limpio cuando se trata de acabar con una bestia de tal poder.

Por su parte, los ingleses que tomaron a San Jorge como patrón una vez se asentaron en Bretaña y los verdaderos bretones hicieron las maletas tenían la leyenda de Beowulf, un héroe tan valeroso e inconsciente que insistió en retar a un combate personal al dragón que estaba asolando su reino. El poder y la ferocidad de los dragones se demuestra al conocer que Beowulf, que había acabado con Grendel y con la madre de Grendel con una sola mano, murió en su combate con el dragón y que no habría podido acabar con él si no hubiera recibido la última ayuda por parte de uno de sus guerreros.
Incluso el más poderoso de entre todos los guerreros de la mitología nórdica y anglosajona no podía esperar enfrentarse en combate personal a un dragón y sobrevivir.

DRAGONES «HISTÓRICOS»

¿La gente de aquellos tiempos se creían sus propias historias? Los autores actuales de fantasía heroica escriben acerca de cosas que saben que no existen (de ahí la gracia de la fantasía), pero es bastante más peliagudo determinar si Shakespeare creía en sus brujas o Dante en los nueve círculos del Infierno. Leslie Kordecki, en su conferencia titulada Tradición y desarrollo del dragón medieval inglés (leída en la Universidad de Toronto en 1980), señaló que las primeras leyendas medievales acerca de dragones tendían a describirlos como criaturas vivas, mientras que las posteriores historias fueron convirtiéndolos en meros símbolos que desaparecían en una nube de humo a voluntad del santo de turno. La impresión general que se extrae de la lectura de las leyendas -o de las versiones que han llegado hasta nuestras manos- es que sí, la gente se creía esas historias. O mejor, digámoslo de otro modo, no habían pruebas de que los dragones no existieran, y un buen puñado de evidencias de que sí existían o habían existido.

Tal y como C. S. Lewis señaló en su maravillosa descripción del punto de vista medieval (The Discarded Image, 1964), las gentes de aquellos tiempos tenían mucho respeto a la autoridad de los antiguos imperios. La mayor parte de la cultura -ciencia, medicina, filosofia, literatura, etcétera- había sido hereda de los romanos y de los griegos, (y, posteriormente, de los árabes). Todos estos puntos de referencia culturales coincidian en afirmar que los dragones habían habitado la Tierra en algún momento de la historia. Si alguien seguía dudándolo, sólo con echar una hojeada al libro de los libros: la propia Biblia.

El versiculo en el que se describe los primeros seres vivos del Génesis viene especificado en las Biblias modernas como «grandes monstruos marinos», «ballenas» y descripciones similares. La palabra hebrea , tannin, puede traducirse de diversas maneras. San Jerónimo, traductor de la Vulgata, o Biblia Latina, escogió la palabra draco: Dragón. Las Biblias modernas han hecho desaparecer el mito y lo han sustituido por «ballenas», «Leviathan» e incluso «chacal», pero la biblia Latina medieval en uso desde el siglo IV mantenía quizás una docena de referencias a dragones que cazaban en el páramo, vivian las profundidades del mar, y que acostumbraban a estar estirados esperando la aparición de algún incauto como hizo la serpiente del paraíso (que se convirtió en un dragon en muchas versiones populares).

Muchos autores de fantasía han hecho que los  dragones fuesen las primeras inteligentes en vivir en sus mundos (influenciados sin duda inconscientemente por la presencia de dinosaurios prehistóricos en nuestro mundo), sin darse cuenta de que la historia más famosa acerca de la creación de un mundo coincidía con ellos.

De todas formas, es importante tener en cuenta que mientras que el hombre medio medieval creia en la existencia de los dragones, tambien estaba convencido de que habian desaparecido hacía mucho tiempo. Los dragones pertenecían a un pasado legendario, la era de las cosas maravillosas, no al frío y duro presente de sus «tiempos modernos». El descubrimiento ocasional de huesos de dinosaurio [desc=Una ocurrencia bastante comun en el sur de Inglaterra, incluso en nuestros dias. Tolkien encontro una mandibula fosiliazada que guardo como si se tratara de un hueso de dragon][1][/desc] sólo hizo que aportar pruebas adicionales, si es que se necesitaba alguna más, después de escuchar las bien documentadas historias acerca de los héroes y las vidas de los santos para poder afirmar que los gigantes y los dragones habían habitado la Tierra en el pasado. De todas formas, es importante tener en cuenta que mientras que el hombre medio medieval creia en la existencia de los dragones, tambien estaba convencido de que habian desaparecido hacía mucho tiempo. Los dragones pertenecían a un pasado legendario, la era de las cosas maravillosas, no al frío y duro presente de sus «tiempos modernos». El descubrimiento ocasional de huesos de dinosaurio [1] sólo hizo que aportar pruebas adicionales, si es que se necesitaba alguna más, después de escuchar las bien documentadas historias acerca de los héroes y las vidas de los santos para poder afirmar que los gigantes y los dragones habían habitado la Tierra en el pasado.

Si quedaba alguno vivo era motivo de debate: ¿quién podía saber lo que se escondía acechante en los confines del mundo? En palabras de Tolkien: «Los dragones estaban confortablemente lejos, y por lo tanto eran motivo de leyendas», pero prosigue para señalar que los dragones debían tener una apreciación similar acerca de los caballeros:

Entonces, ¡los caballeros son un mito! -dijo el dragón más joven e inexperto. Siempre lo hemos pensado.
«Al menos, cada vez son menos frecuentes», -pensó el más anciano y sabio de los dragones; «lejanos y pocos, ya no tenemos que temerles»
JRR Tolkien Egidio, el granjero de Ham

DRAGONES, POCOS DISPUESTOS O NO

La fantasía heroica moderna empezó a hacer su aparición a mediados del siglo XIX. En esos días había un montón de leyendas, mitos y literatura medieval de la que echar mano. Si consideramos la cantidad de literatura de ficción producida los últimos ciento treinta años, los dragones cada vez son más escasos, y los dragones buenos, aún más. No trataremos aquí de las innumerables versiones del mito de San Jorge; en lugar de ello centrémonos en los innovadores y más importantes.

Una de las historias más importantes y más imitada hasta el día de hoy es la obra de Keneth Grahame: «The Reluctant Dragon» («El dragón poco dispuesto») (1898). Se trata de un cuento sencillo acerca de un dragón que prefiere la vida tranquila a dedicarse a destrozar pueblos y raptar princesas. Grahame rompió el cliché del dragón descerebrado y brutal. Su dragón prefeña escribir poemas y cuando san Jorge se presenta frente a él, increíblemente decide no entablar la lucha.

Por su parte, el santo se ve empujado por los deseos de los habitantes de la ciudad, que quieren que acabe con la bestia. «Toda la noche he estado escuchando ... historias acerca de muertes, robos y demás maldades; eran algo pintorescas, ciertamente algunas no eran muy convincentes, pero en conjunto formaban una lista larguísima de crimenes.»

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San Jorge

Más tarde, san jorge se decepcionará al enterarse que los ciudadanos están cruzando apuestas y que el dragón es favorito, pagándose sólo 6 a 4 por su victoria. Después se enzarzan en un simulacro de combate en el que san Jorge acaba por «tocar» al dragón en una zona no vital. Al final, el monstruo «reformado» realiza un discurso en el banquete de la victoria -el primer dragón «sometido» del que tenemos noticia. Los últimos imitadores del mundo Grahame han ideado el cliché de «Puff, el dragón mágico» -un dragón listo y mono- prefiriendo el sentimentalismo a la aventura, quede claro que esto no es culpa de Grahame. La idea de los dragones vistos como criaturas cultas e inteligentes con los que uno puede pactar en beneficio mutuo bien vale el precio.

La siguiente gran historia acerca de dragones es la de Lord Dunsany: «The Fortress Unvanquishable, Save for Sacnoth» (1908) -una de las mayores aventuras épicas de todos los tiempos-. En un cuento de veinte páginas, Dunsany lanzó el género de «espada y brujeña» enviando a su héroe, Leothric, a una misión en contra de un malvado hechicero y sus esbirros: arañas gigantes, vampiros, súcubos, hordas de guardias armados, el propio hechicero armado con espada y ni uno, ni dos, sino tres centinelas dragones.

Lo mejor de todo, sin embargo, es la aventura preliminar que lleva a cabo el joven Leothric para ganar la espada con la que poder derrotar al hechicero maligno. Desgraciadamente, el héroe se entera de que la espada necesaria es la espina dorsal del gran dragón-cocodrilo Tharagaverung y que éste es invulnerable, bueno ... casi. Puede morir de hambre. Leothric debe luchar ininterrumpidamente con el dragón-cocodrilo durante tres días, hasta que éste muere de hambre, manteniéndose alejado de sus enormes fauces todo el tiempo. Una vez ha obtenido la espada, el resto es fácil -una simple cuestión de astucia y de resistirse a las tentaciones- pero, ¡imagínate la reacción de un Pj al decirle que debe luchar en combate personal contra un dragón hasta que se muera de hambre!
Dunsany también escribió acerca de otro dragón, tergiversando antiguos clichés, como en «Miss Cubbidge and the Dragon of Romance» (1912), donde sustituyó la tradicional princesa por la hija de un político, y llegó a sugerir que el rapto le conllevó aspectos positivos. «The Hoard of Gibbelins» (también de 1912), una de sus mejores historias, ofrece un fino ejemplo de cómo jugar con los clichés al mismo tiempo que se los pervierte, jugando constantemente con las expectativas del lector acerca de los malvados dragones y de los caballeros errantes de los cuentos de hadas.

Había un dragón. .. que, según las plegarias de los campesinos, merecía morir, no sólo por las numerosas doncellas que había matado cruelmente" sino porque era malo para las cosechas; destrozaba los alrededores y era una plaga para el ducado ... Por ello [Alderic] cogió el caballo y la lanza y cabalgó hasta encontrar el dragón, y el dragón fue a su encuentro escupiendo un amargo humo. y así gritó Alderic:

«¿Acaso algún dragón apestoso ha podido vez alguna contra caballero verdadero?»

Y bien, el dragón sabía que eso jamás había sucedido antes, y agachó la cabeza y se quedó en silencio, pues de su boca rezumaba sangre.

«Entonces -dijo el caballero-, si no vuelves a probar la sangre de doncella serás mi fiel montura, si no, esta lanza te doblegara y que los trobadores canten el destino de tu raza.»

Y el dragón no abrió sus dentadas fauces, ni cargó contra el caballero lanzando fuego; porque sabía bien el destino de aquellos que hacian estas cosas, sino que aceptó los términos impuestos y juró servir al caballero fialmente como su montura.
-Lord Dunsany « The Hoard of the Gibbelins» Del libro The Book of Wonder

LOS DRAGONES DE TOLKIEN

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Smaug

La contribución de J.R.R. Tolkien a la fantasía en general y al mundo de los dragones en particular es lo suficientemente importante como para dedicarle un aparte.

El concepto de grupo de Pj (especialistas con diferentes conocimientos trabajando juntos en pos de un fin común) deriva directamente de la «Comunidad del Anillo», mientras que su «punto de vista» acerca de las razas fantásticas más habituales -elfos, enanos, goblins, etcétera- es la fuente de la cual beben la mayoña de autores posteriores. Es el narrador de cuentos fantásticos más imitado de la historia, y su magistral descripción de Smaug, «la primera y la mayor de las calamidades» , es el patrón por el que el resto de los dragones de la literatura fantástica son juzgados.

Mientras que la tendencia de Grahame fue la de tratar a los dragones como criaturas astutas y listas, Tolkien les devuelve el perfil original de depredadores mortales. Todos los dragones de Tolkien -Smaug de El Hobbit, Glorund de El Silmarillion, el voluntarioso, pero no excesivamente valiente Chrystophlax de Egidio el Granjero de Ham- son inteligentes, no tienen escrúpulos y son terriblemente peligrosos.

Uno puede hacer un trato con ellos, pero todos son capaces de dar cuenta de un pequeño ejército o una ciudad por sí solos. Cualquiera que ose hablar con uno de los dragones de Tolkien debe asegurarse una vía de escape si no quiere convertirse en la siguiente comida de la criatura. Además, los dragones de Tolkien son expertos en el arte de la traición y la malicia: en vez de matar a Turin, un héroe valeroso pero no demasiado listo, Glorund le convence de que abandone a la gente que cree en él y lo envia a vagabundear sin norte, mientras que Smaug siembra la duda en la mente de Bilbo acerca de su relación con los enanos.

La gente que escucha a los dragones son susceptibles de caer bajo su embrujo («Smaug tenía una personalidad desbordante») , y si tienen una pizca de avaricia, ésta ya no le abandonara en la vida. Algunas veces la avaricia del dragón es contagiosa, se transmite al entrar en contacto con su tesoro «sobre el que el dragón ha dormido largo tiempo» -tal y como se observa en el fin de Thorin Escudo de Roble y, hasta cierto punto, en el propio Bilbo (cuyo robo secreto de la Arkenstone fue un acto reflejo). Similarmente a lo que ocurre con el tesoro de Fafnir, el de los nibelungos, parece llevar la desgracia a quien lo posee, incluso a aquellos que lo reclaman como suyo, por eso los paisanos de Beowulf se niegan a coger para sí el tesoro del dragón después de su muerte, deciden en lugar de ello apilarlo y quemarlo en la pira funeraria del monstruo.

Finalmente, los dragones de Tolkien son muy dificiles de matar. Smaug destruye Dale y el Reino Bajo la Montaña, acabando con toda resistencia, y eso lo hizo cuando era «joven y tierno» (según sus propias palabras). Más tarde, el libro nos ofrece una descripción detallada de su ataque en la ladera de la montaña y del incendio de la Ciudad del Lago. Si no hubiese resultado muerto por la certera flecha especial de Bardo, que hizo blanco en el único lugar vulnerable de la bestia, Tolkien especula acerca de la posibilidad de que Sauron hubiera intentado manipularlo para que destruyera Rivendel [desc=Cuentos inconclusos (1980) La Busqueda de Erebor, contiene unos comentarios de Gandalf acerca de los sucesos del primer capitulo de El Hobbit. El mago nos indica los acontecimientos desde su punto de vista y desde el de los enanos][2][/desc]

DRAGONES MODERNOS

Después de Tolkien, los dragones volvieron a ser el eje de la literatura fantástica. Anne McCaffey los utilizó para llenar de fantasía sus novelas románticas de ciencia ficción. Ursula Le Guin rompió con la tradición de Tolkien basando los dragones de Earthsea en la mitología oriental en lugar de la occidental. Las Crónicas de Dragonlance® de Hickman y Weiss tuvieron en cuenta la capacidad destructiva de los dragones solitarios e imaginaron una horda de dragones arrasando un continente entero. Talking to Dragons (1985), de Patricia Wrede, resalta la importancia de la etiqueta y las buenas costumbres cuando uno entabla una relación con una de esas poderosísimas criaturas, basándose en los cuentos de hadas. Gordon R. Dickson hizo que el héroe de su novela The Dragon y el Jorge (1976) fuera un humano cuya mente había sido transferida al cuerpo de un dragón, por lo que debe acostumbrarse a los poderes y limitaciones de su nuevo cuerpo. La lista es interminable. Las posibilidades son enormes: de monstruos letales y de gran capacidad destructiva a pequeñas mascotas del tamaño de un gato, los dragones están por todas partes.

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En Dragonlance, los dragones son parte fundamental de la historia del mundo.

Existen tres dragones especialmente interesantes, todos surgidos de libros publicados en los últimos veinticinco años. Glyd el Dragón, de Patricia A. McKilIip, de su libro The Forgotten Beast of Eld, es un viejo dragón, muy viejo, que sólo desea dormir sobre su tesoro; para él, su oro significa literalmente mucho más que su vida, y a pesar de ello cuando la bestia sale de su guarida masacra ejércitos, hunde barcos y hace que la guarnición de una ciudad se esconda prudentemente detrás de sus murallas. Una de las mejores descripciones acerca de un dragón que ya ha vivido muchos años. La lección de Bilbo de El Hobbit  es siempre la misma: nunca despiertes al dragón que duerme.

En el extremo opuesto, en el libro Talking to Dragons, de Wrede (el primero y de largo el mejor de una serie de cuatro libros) describe un pequeño dragón, tan joven que aún no ha decidido su nombre ni su sexo. Wrede también nos ofrece unos trazos acerca de la política de los dragones, la abuela del joven dragón era el Rey de los Dragones (el título era invariable independientemente del sexo de su portador). Cualquier DM que tenga unos Pjs que hayan conseguido un huevo de dragón y que pretendan criarlo como mascota, familiar, o compañero, encontrará en el libro de Wrede muchísima y valiosa información, aparte de una buena lectura. Es quizás aún más intrigante la revelación que hace Wrede acerca de la razón que tienen los dragones para prefirir las princesas (revelación que se explica con mayor detalle en el resto de libros de la serie).

Justo entonces, la princesa abrió sus ojos. Lanzó un pequeño grito y el dragón le habló frunciendo el ceño.
«No tienes por qué asustarte», dijo. «Ciertamente. Ahora eres mi princesa, y voy a cuidarte como mereces, y tú puedes limpiar mis escamas y cocinar para mí. Creo que ése es el acuerdo habitual».
-Patricia C. Wrede Talking to Dragons

No todos los dragones se muestran en su forma de dragón, y el mejor dragón antropomórfico, sin duda, aparece en el libro Tea with the Black Dragon (1983), de R. A. MacAvoy. Desde el primer momento, Mayland Long se muestra en forma humana, y su lenta adaptación al mundo humano y su progresiva comprensión de su nuevo cuerpo consiguen que la lectura sea apasionante. El señor Long puede tener apariencia humana, pero su mentalidad sigue siendo la de un dragón milenario, lo cual le hace tener un punto de vista muy particular.

Mejor aún, vuelve a aparecer en otra obra de McAvoy, pero esta vez en su forma de dragón, Raphael (1984) -ambientada seis o siete siglos antes- donde el autor tiene la oportunidad de describirlo, en toda su elegancia, inteligencia y ferocidad. Los dragones de estos tres autores, cada uno en su estilo, tienen tanta personalidad que pueden dar muchas ideas a un DM creativo por lo que hace referencia a este importante aspecto.

MATADRAGONES

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Unas últimas palabras para todos aquellos que tienen la convicción de que su proximo encuentro con un dragón se producirá en una partida de rol, con la bestia cargando contra los personajes destilando muerte y destrucción.

La ficción está llena de batallas entre un héroe o heroína y un dragón, pero aún no se tiene muy clara la mejor forma de enfrentarse a una de estas criaturas. El acercamiento estilo «san Jorge» se reduce a provocar tanto a la bestia como para que cargue ciegamente y muestre su punto vulnerable en la garganta y así poder clavarle la lanza.

Tolkien creía que la cosa no podía ser tan fácil, y que para matar al dragón antes se debían conocer sus puntos vulnerables (normalmente el vientre): Glorund como Fafnir, resulta muerto a consecuencia de la emboscada del héroe, por debajo cuando pasa por encima de la trampa. Keneth Morris en su libro The book of thre dragons (1930), acerca de los mitos galeses, incluye una escena donde el héroe y el dragón se enzarzan en una espectacular y detalladísima batalla. El personaje de Ged de Le Guin simplemente lanza un conjuro que hace que el dragón se hunda irremisiblemente en el mar y se ahogue, un método efectivo, pero desapasionado y bastante sucio.

Ya hemos comentado la forma ingeniosa  que utiliza Dunsany (la muerte por inanición de la criatura, si uno puede sobrevivir a un combate tan largo). La forma menos escrupulosa es la que nos presenta Will Shetterly en Cats Have no Lord (1985), pero el sistema requiere de un loco al que no Ie importe morir (¿quizás un PNJ?). Es posible que la forma más sensata es la que encontramos en Egidio, de Tolkien: no luches con él si puedes evitarlo, y siempre que tengas la oportunidad intenta llegar a un trato.
Después de todo, la larga expectativa de vida del dragón hace que se plantee dejar que el ladrón le robe ahora ... ya le perseguirá dentro de cincuenta años.


John D. Rateliff leyó su tesis doctoral basada en la obra de Lord Dunsany. Dirige un grupo de lectura de literatura fantástica conocido como los Burrahobbits y su personaje AD&D era un travieso y pérfido halffing.  
 
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