Comunidad Archiroleros

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La oveja descarriada vuelve con un mísero relato...

Tranuto

New member
Hace tiempo que sentía la sensación de que se me olvidaba algo, y nunca eran las llaves, el móvil o regar las plantas (que algún Dios se apiade de ellas). Y hoy por casualidad redescubrí una antigua deuda con este foro. Este intento de redención (empleable en lo que cada uno estime oportuno, si alguien lo estima) no es más que un relatillo de mierda, pero hay gente que ha disfrutado leyéndolo; si por aquí hay alguien a quien le parezca simpática la lectura consideraré mi antigua deuda saldada:





Caía la noche sobre el pequeño pueblo perdido en las montañas. Pocas luces se veían ya en las ventanas de las humildes casuchas, a excepción de la posada del pueblo, donde hacía días que se venían congregando un número inusual de foráneos, pues había corrido algún rumor con promesas de gloria y riqueza para aquellos que se aventurasen a enfrentar algún difuso peligro en una cripta abandonada tiempo ha que había resucitado del olvido rodeada de fantasiosas leyendas. Esa estratagema de "promoción turística" había mostrado una efectividad tal que la vieja posada estaba atestada, pero no solo de aventureros desinformados sino también de una heterogénea masa de buhoneros, prostitutas, timadores y charlatanes dispuestos a ganarse parte del hipotético tesoro que otros encontrasen. Así es que el tabernero y los dos ayudantes, que corrían de un lado a otro por entre las mesas, apenas daban abasto para atender a tan repentina marea de clientes, lo cual no les hacía perder la sonrisa sabedores de la pequeña fortuna que podrían amasar si los rumores se mantuviesen durante una buena temporada.

Por la barra pululaba un anciano andrajoso de porte encorvado y larga barba ensuciada por el tiempo y la dejadez, pidiendo caridad y apurando los restos de alguna jarra de cerveza abandonada. Entonces su atención se centró en un grupo de aventureros recién llegados que se acomodaban alrededor de una de las pequeñas mesas circulares al fondo de la sala. El haber sido los últimos en llegar y tener que sentarse tan alejados de la barra le daría a este mendigo profesional unos valiosos minutos para convencerlos de que aligerasen alguna moneda antes de que el tabernero tuviese tiempo de atenderlos. Así pues, ensayando brevemente una mueca lastimosa y una leve cojera se dispuso a acercarse a dicha mesa:

— Buenas noches nobles señores —saludó el pedigüeño— ¿no tendrían vuesas mercedes alguna moneda con que ayudar a este anciano desvalido?
— Eso depende, viejo ¿tienes alguna información que merezca esa moneda?
El que contestó parecía ser el líder del grupo, aunque para el mendigo había poca diferencia de unos a otros, todos pertrechados con pesadas armas y liviano cerebro, pero entre ellos siempre algún incauto dispuesto a prestarle atención.
— Al contrario que tan bravos paladines como entre los que ahora me hallo, no soy erudito ni hombre de mundo, pues nunca he salido de estas tierras, sin embargo puedo ofreceros el limitado conocimiento que tenga de ellas —replicó el anciano con un tono adulador labrado por la práctica de la mendicidad
— Tal vez puedas contarnos algo de una cripta escondida entre las montañas —inquirió el guerrero con un hilo de voz, pretendiendo salvaguardar la "valiosísima" información consistente en los rumores que ya eran conocidos por el resto de buscafortunas presentes en la taberna—
— Tal vez mi señor... ¿qué es lo que deseáis saber?
— Ha llegado a nuestros oídos que esa antigua cripta guarda un tesoro que sería la envidia de cualquier emperador
"oh, si, claro... el rumor del tesoro..." comenzó a elucubrar el anciano
— Pero si así fuera ¿por qué había de seguir ahí? ¿qué hubiese impedido que otro se lo hubiese llevado ya? -el tesoro era un buen comienzo para la historia, pero nuestro andrajoso pedigüeño necesitaba alguna información extra para no incurrir en contradicciones con la versión del rumor que hubiesen escuchado estos sacos de músculos-
— También se dice que un poderoso nigromante custodia ese tesoro —continuó el aventurero en un tono sibilino que apenas podía disimular su creciente expectación— Un liche
— Si, si,... un liche es una poderosa razón para no hallar un tesoro... —asintió el anciano—
— También hay quien habla de un dragón! —aseveró otro de los componentes del grupo—
— Bueno, sí... un dragón también...
— Hay quien incluso asegura que es un dragón-liche el guardián del tesoro!! —interrumpió un tercer aventurero—
— ¿Dragón-liche? —inquirió el anciano arqueando una ceja— Por favor nobles señores, me niego a pensar que tan altos caballeros se puedan dejar embaucar por semejantes habladurías, todo el mundo sabe que los dragones-liche no existen. Sin embargo permítanme contarles una historia que tal vez pueda arrojar algo de luz sobre sus dudas:

«Todo comenzó de improviso, no se sabe a ciencia cierta cuando ocurrió, pero lo cierto es que una oscura noche llegó una malévola criatura extendiendo el terror por estas tierras. Nadie se ponía de acuerdo sobre qué clase de demonio se cernía sobre nosotros, pues apenas había testimonios sobre una enorme sombra que contrastaba con la oscuridad de las noches de luna llena y los pobres desgraciados que habían conseguido contemplar a la criatura no habían vivido para contarlo.
La diabólica criatura se instaló en la cripta de la que tenéis noticia, de allí salía cada noche para atacar las numerosas ciudades que antaño existían en estas montañas...»

— ¿Ciudades ricas? —preguntó uno de los aventureros con los ojos brillantes de emoción al imaginarse haciendo ángeles entre montones de oro—
— Como nunca se ha visto antes,—aseguró con falsa convicción el anciano— asentadas sobre ricas minas de oro y gemas, y pobladas por comerciantes venidos de las más lejanas tierras con los productos más exóticos.

«... Debido a estos incesantes saqueos la criatura llegó a acumular un tesoro sin parangón, atrayendo por igual la codicia y la venganza de numerosos guerreros de los que a la postre solo quedaría un puñado de huesos o alguna armadura corroída por los potentes jugos digestivos de tan demoníaca bestia.
La criatura fue extendiendo su sombra de terror y muerte llegando incluso a atacar el castillo de un reino vecino, raptando a la única hija del monarca... »

— Entonces el rey ofrecería la mano de su hija a quien fuese capaz de rescatarla, no es así? —volvió a interrumpir uno de los cada vez mas interesados aventureros—
— Claro, claro...
— Y la mitad de su reino! —apostilló otro aventurero de una mesa contigua que había ido acercando su silla conforme iba avanzado la historia—
— ... Y la mitad de su reino tambieeeen... —prosiguió el anciano— aunque es una costumbre absurda que jamás entenderé, pues con el paso del tiempo suele degenerar en guerras internas que pretendiendo unificar dicho reino únicamente consiguen llevarlo a la ruina. Pero a lo que íbamos:

«... Además de saquear ricas ciudades y castillos, la criatura también tenía que comer, y por ello frecuentemente atacaba a los pueblos más humildes para esquilmar el ganado y las cosechas de los que dependían sus pobladores. El caso es que habitaba en estas tierras un jovenzuelo que se ganaba el sustento con su escaso rebaño de ovejas, hasta que un día se percató de que había desaparecido una de ellas, y achacando de tal desaparición a la bestia que habitaba en la cripta se decidió a vengarse de ella. Lo cierto es que la oferta de la mano de una princesa también influyó a la hora de decidirse a enfrentar a la criatura, pues el chico en cuestión carecía de cualquier rasgo que pudiese confundirse con belleza (desorejado, estrábico y con una sonrisa de escasos dientes que solo era eclipsada por su terrible halitosis) y había juzgado acertadamente que posiblemente ésta fuese su única oportunidad de encontrar esposa... »

— Así que estrábico... ¿no es ese unsigno de ser elegido por los dioses?
— No, es un signo de posesión demoníaca
— Supongo que la interpretación dependerá de las costumbres de cada pueblo —atajó el anciano antes de que el debate diluyese su historia—

«...Para enfrentarse a la criatura el joven trazó un ingenioso plan: En algunas ocasiones se había procurado una buena cena gracias a su habilidad colocando lazos en el bosque para atrapar conejos u otros animalillos, y conociendo donde estaba la entrada de la cripta en la que se guarecía la bestia se decidió a poner en práctica su habilidad de trampero a una escala mayor. Encargó al herrero del pueblo que le fabricase una gruesa cuerda tejida con cables de metal y, una vez estuvo forjada, se encaminó hacia la guarida de la bestia pertrechado únicamente con la cuerda metálica, su cayado y el valor que otorga la estupidez. Llegado a la guarida de la bestia, preparó el lazo como tantas veces había hecho (aunque con la dificultad que entrañaba la rigidez de éste) ocupando el centro de la entrada a la cripta y asegurándolo a una gran roca que se alzaba por encima, de forma que la cabeza de la criatura quedase atrapara por él en cuanto intentase salir. Cuando hubo terminado se alejó de la zona para que su presencia no delatase la existencia de la trampa y descansó placidamente soñando con princesas y ovejas hasta que cayó la noche, entonces un horrible sonido, mezcla de rugido y chillido, lo despertó de sus ensoñaciones. Decidido a acabar con su plan se acercó hacia la entrada de la cripta con el cayado en ristre, empujado por las promesa de gloria (y de paso de una posibe esposa) y las ansias de vengar a la oveja perdida (cuyas aventuras ocuparán el próximo reltato), para toparse a... »

— ¿Un dragón?!!
— ¿Un demonio?!!
— ¿Un elefante de nueve cabezas?!!!
Llegado a este punto de la historia, el anciano charlatán se encontraba rodeado de una pequeña multitud de aventureros expectantes.
— Nada de eso, nobles señores, lo que allí había era una monstruosa serpiente que se debatía por escapar de la trampa colocada por el nuestro joven protagonista...
— ¿Y la princesa? ¿donde estaba la princesa?!!
— Pues la princesa... estooo... ehmm... —balbuceó el anciano, que se había olvidado por completo de ese personaje— ¡¡se la comió la serpiente!! —sentenció por fin improvisando una salida dramática—
— Ostias!!! —soltó algún aventurero sobresaltado por un giro tan inesperado—
— Pensadlo bien ¿para qué iba a querer una serpiente a una princesa si no era para comer?
— Sí, bueno... parece que tiene sentido... las serpientes no piden rescates... —murmuró el público en señal de aprobación para que el anciano continuase su historia—

«... Fue entonces cuando el joven, blandiendo su cayado, se acercó a la bestia que se debatía prisionera y...»

— Dizculpen caballedoz —interrumpió uno de los mozos ayudantes del tabernero— ¿qué van a dezead pada cenad?
Cuando los expectantes aventureros se giraron para protestar por la interrupción, palidecieron boquiabiertos en un rictus mezcla de asombro y terror al contemplar el rostro del joven, falto de una oreja y cuyos ojos eran incapaces de centrarse en un mismo objetivo. El camarero (que en sus ratos libres ejercía de tonto del pueblo) no se percató de la atención que había despertado repentinamente, y mostrando una sonrisa de escasos dientes continuó:
— La ezpecialidad de la caza ez eztofado de zedpiente.


Para entonces el anciano mendigo ya se hallaba camino del granero donde solía pasar las noches. Los aventureros que habían escuchado su historia no le habían pagado la moneda prometida, ni falta que hacía, pues sus hábiles dedos habían trabajado duramente por debajo de la mesa para aligerar los bolsillos de algunos de sus espectadores. "Ha sido una noche de provecho" concluyó para sí.




 
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