Zeromaru X
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Bueno, para reiniciar mis actividades en el forito (que tuve que ausentarme un tiempo), pondré este relato que escribí hace ya algún tiempo. Este es un cuento que comencé a escribir para un concurso, pero debido a que mi PC se daño no lo pude terminar a tiempo. Esta basado en una aventura de D&D que jugué (mejor dicho, dirigí) con unos amigos, y me base en los cuentos de Lovecraft para darle esa sensación de terror cósmico, que espero funcione... ademas de que la aventura esta claramente basada en una de las misiones del videojuego Blood Omen: Legacy of Kain. Dado lo largo del cuento, me he visto obligado a publicarlo en varios posts (espero que no haya problema con eso :dm
El Creador de Muñecas
Por Zeromaru X
La única manera de descubrir los límites de lo posible
es aventurarse hacia lo imposible.
Arthur C.Clarke
Se movían a través de aquella niebla roja que, cual manto de sangre fría y espumosa, cubría ese lugar como un suspiro de desesperación carmesí. El negro bosque estaba imbuido por un aura de superstición y silencio que envolvía con su pesada esencia el aire insalubre que nacía de las plantas deformadas, cuya forma pertenecía a un paisaje de un mundo alieno al nuestro, un mundo blasfemo y corrompido. Las ramas de los retorcidos y grisáceos árboles se enredaban enfermizamente tapando cualquier rendija por donde se pudiera colar al menos un rayo de luz de la brillante luna dorada, que de otra forma, iluminaría su tortuoso camino.
Habían viajado por días caminando entre las sombras, atravesando los caminos que solo los que viajan con el viento conocen y viendo los horrores que incluso los héroes de los cuentos preferirían olvidar. Había sido un viaje difícil. De una compañía de ocho habilidosos aventureros, ahora solo quedaban seis. A sus dos compañeros faltantes los acababan de perder hacía no mucho, en las funestas aguas del Río de las Almas Perdidas, cuando fueron arrastrados por la briosa corriente, atrapados por… aquella cosa que querían dejar en el olvido, un horror de otro tiempo que era mejor no volver a mencionar. Sin embargo, seguir la corriente del río era la única forma de llegar a su destino. Aunque habían caminado por horas en el interior del bosque, guiados solo por la tenue luz de sus antorchas, que hacía resaltar aun más el rojo color de la niebla, su camino los llevaba nuevamente al siniestro torrente. Al llegar a un gran árbol en las orillas del río, los aventureros decidieron descansar.
El árbol era bastante singular comparado con los demás árboles del bosque. Era parecido a un roble, pero su tamaño era colosal. Su copa se alzaba por encima del techo de ramas retorcidas, perdiéndose de la vista en la oscura maraña de hojas negro azabache. Su tronco era muy grueso y nudoso, de casi tres yardas de diámetro, y su corteza estaba retorcida, como cuando un niño aplasta arcilla húmeda en sus inexpertas manos. Sus gigantescas raíces se clavaban en el suelo, como si fuesen las asquerosas venas de aquel terreno maldito. Sin embargo, lo que más les llamaba la atención eran los patrones que se dibujaban sobre la corteza del árbol. Estaba casi plagada de lo que parecían ser efigies humanas. Los asquerosos relieves de cadáveres descompuestos resaltaban en esta, como si fuese la sabana mortuoria de momias mal embalsamadas. Disimulando el asco y el pavor que esto les provocaba, los seis valientes comenzaron a preparar su improvisada tienda de campaña. Hicieron una fogata alrededor de una de las deformadas raíces, mientras la joven tañía la lira en un intento de animar a sus compañeros y hacerles olvidar el horror de aquella tarde.
Este grupo de aventureros, conocido en el mundo de los mercenarios bajo el nombre de “Stormbreakers”, era bastante singular, dado el origen y raza tan diversos entre sus miembros. Estaba el dracónido Abraxas de Bahamut, un Paladín de la Orden de los Templarios de Platino. Ver a un dracónido era bastante raro en las tropicales y boscosas tierras centrales, y más uno como Abraxas, pues sus escamas eran de color plata, algo bastante inusual para los de su raza. Llevaba una brillante armadura de escamas, hecha de hierro frío, y en su cinto una espada bastante exótica, un tipo particular de sable de filo único, curvado, cuyo mango era adornado por la efigie de un dragón rojo. Cuándo le preguntaron que clase de espada era, el respondió que se trataba de un arma usada por sus ancestros, una “katana”. En el suelo, junto a su bolsa de dormir y su zurrón, se encontraba su portentoso escudo pavés, adornado con el relieve del mismo Bahamut , un gigantesco dragón. De todos los aventureros, era Abraxas el único que no demostraba miedo. Quizá por el hecho de ser un guerrero sagrado, o quizá por que creía que debía ser fuerte para inspirar a los demás.
Al otro lado de la hoguera estaba Olibux el Sabio. De complexión delgada, rostro caucásico y ojos de un marrón penetrante, Olibux rozaba ya por la mediana edad. Aun con miedo en su corazón, Olibux, como todo buen mago, estudiaba su libro de conjuros, repasando los hechizos que debía preparar para el día siguiente, mientras se rascaba su ya prominente chiva. Vestía una larga túnica color esmeralda y en su frente casi calva, llevaba tatuado el “ojo que todo lo ve”, como muestra de su alto rango en cierta cábala secreta. Junto a él, trataba de dormir Akarion de Melora, un obeso sacerdote, que a diferencia de los demás, aun temblaba metido en su bolsa de dormir, no pudiendo superar la muerte de sus dos amigos en las aguas sinuosas de aquel río. Lejos de los dos hijos de Eva, se encontraba Norin el enano, afilando su hacha con esmero. Vestido aún en su vieja armadura de mithril, recordaba viejas épocas, cuando fue un soldado en las Montañas Plateadas, que quedaban lejos ahora, más allá del limite de los recuerdos. Por su lado, Szordrin, un drow , observaba detenidamente el bosque. Siendo un explorador nato, su misión era la de guiar a los aventureros por el camino más seguro a través de ese bosque maldito. Había fallado. No pensaba dejar que esa tragedia se repitiera de nuevo. Sentado justo contra el árbol, Szordrin jugaba con sus dos espadas, mientras su arco y su carcaj descansaban en el suelo.
La última integrante de este singular grupo era Melancolía, una pequeña tiflin bardo que se ganaba la vida cantando de pueblo en pueblo. Como casi todos los de su raza, su piel era roja, dos grandes orbes de color carmesí por ojos, y una larga y juguetona cola no prensil, muy parecida a esas que les pintan a los diablos en los libros religiosos; su cabello era de un exótico color violeta, y sus cuernos aún eran pequeños, demostrando su corta edad. En busca de tesoros y aventuras se había metido de mercenaria y por casualidad había oído acerca de la fabulosa recompensa que ofrecía el Rey de Valinor para aquel que le proporcionara el método para romper el maleficio que había sido lanzado sobre la Princesa; la ilusión de tan grande recompensa, junto a la necesidad de vagar por el mundo, le obligaron a partir en busca del Creador de Muñecas. Entonces, se unió a los Stormbreakers, aunque ahora las cosas ya no eran tan bonitas como le parecieron en aquel entonces.
-Bueno, Szordrin – dijo Abraxas, animándose a romper el silencio –, ¿ya sabes como llegaremos al hogar del Creador de Muñecas?
-Si. Claro… -respondió el drow algo dubitativo -. Tan solo debemos pasar por el Santuario del Tiempo Perdido, que esta a unas cuantas yardas al norte. Pero como ya saben, este bosque esta plagado de criaturas… bueno, ¿ya las vieron, no? Weener y Simón…
-¡No hace falta que nos recuerdes a Weener y a Simón!! – interrumpió Akarion, preso de ira y pánico, mientras se refugiaba en su bolsa de dormir.
-A todos nos apesadumbra la muerte de ese niño… aunque no tanto la del ladronzuelo– se apresuro a decir Melancolía.
-Weener no era tan mala persona, Melancolía – la reprendió pacíficamente el Mago -. Aun cuando intentase robar a sus propios compañeros de viaje, era un buen amigo…
-Eso es verdad –replicó ella con tono mordaz-. Con su muerte evito que los demás muriéramos… al menos fue útil en su ultimo momento…
-¡Te recomiendo que retractes tus palabras, mujer! – refutó Olibux frunciendo el seño.
Melancolía solo le respondió con una mirada desafiante. Entonces, Abraxas se interpuso entre los dos, mientras intentaba controlarlos haciendo señas con sus manos.
-Ya basta – les amonestó con tono paternal -, no es momento para pelear entre nosotros...
Tanto el mago como la bardo se miraron de reojo, se desafiaron mutuamente con gestos en sus rostros y volvieron a sus asuntos, dejando en el aire esa inquietante sensación de incomodidad que producen las riñas entre compañeros. Norin se encogió de hombros, pensando que Melancolía tenía tenia razón. “Al fin y al cabo, si no sobrevivieron, significa que habrá mas paga para mi”, pensó. Sin embargo, estos pensamientos se disiparon rápidamente cuando se dio cuenta de lo que ocurría a su alrededor. Sin querer, se fijo en un extraño objeto que se reflejaba en el filo de su hacha y giró su cabeza para observar con más detenimiento. Aquello que vio era un aberrante espectáculo que solo había visto en sus peores pesadillas. ¡Las momias se levantaban, atravesando la corteza del árbol, dejando escapar el acre olor de la muerte!! Norin grito desesperado para llamar la atención Szordrin, quien era el que estaba más cerca del árbol. Al verse rodeado, el elfo se abalanzó rápidamente al suelo mientras guardaba sus espadas en el cinto, proeza de la que luego él mismo se sorprendería después, y se abalanzó a por su arco y su carcaj, aunque derramó varias flechas en el proceso. Mientras, Abraxas corría a tomar su escudo y Akarion se levantaba bruscamente en busca de su Medallón Sagrado.
¡La visión era horrible! Los muertos vivientes salían de todas partes. De la corteza y las raíces del árbol, del suelo y las plantas que rodeaban a los aventureros. Pronto, solo quedaba una ruta de escape: ¡el río! Los cadáveres, aún a medio podrir, se acercaban tumultuosamente a los sorprendidos aventureros. Sin embargo, fue Norin el primero que reaccionó. Con su hacha a dos manos, se abalanzo contra dos zombis y un esqueleto, destajando al primero de un solo hachazo, y tumbando al segundo con un golpe a las canillas. El esqueleto se abalanzo sobre él, pero el enano contó con la ayuda del ágil Szordrin, quien le voló el cráneo de un solo flechazo.
-¡Cúbreme, enano! – le grito el drow- ¡Recogeré las flechas que he perdido!
-¡¿A quien llamas “enano”, orejas largas!? –respondió Norin en tono burlón - ¡Recoge esas flechas rápido, que ni mi hacha podrá con tantos a la vez!!
Melancolía, quien estaba cerca de ambos guerreros, rápidamente toco unas notas con su lira, creando una onda sónica que paralizo momentáneamente a los zombis, momento en que Norin y Szordrin aprovecharon para atacar. Por su parte, Abraxas contenía la horda de sucios cadáveres que intentaban atacar al indefenso Akarion. Con su escudo pavés era fácil empujarlos y hacerlos retroceder mientras que con su sable a una mano destazaba sus cabezas. En ese mismo momento, Olibux ayudaba al regordete sacerdote a levantarse, mientras este continuaba en la búsqueda de su medallón.
-¡Solo la Madre Melora nos puede ayudar en esta situación! – exclamaba el clérigo, con la respiración entrecortada.
-¡Cálmate, Akarion! – le sacudió Olibux con fuerza - ¡Cálmate y piensa donde lo dejaste!!
Akarion lanzo un suspiro, y luego se puso a llorar desconsolado, ante la atónita mirada del Mago. El clérigo se había derrumbado ante el miedo y el arrepentimiento.
-Si no hubiera sido tan cobarde… en este momento Weener y Simón…
-¡No es tu culpa, Hermano! – exclamo el dracónido con voz de trueno, mientras contenía a unos esqueletos que intentaban inmovilizarlo -. ¡Tú sabes que era imposible vencer a esa cosa! ¡Pero será tu culpa si morimos aquí esta noche!!
Akarion quedo en estado de shock. Olibux entonces se incorporó y miro a su alrededor. Aunque los demás intentasen destruir a todos los no-muertos, estos continuaban saliendo del bosque en dirección a ellos. El mago entonces tomo su báculo mágico, y abriendo su libro de conjuros con la ayuda de su truco “Mano de Mago”, empezó a entonar un ensalmo. De su mano derecha comenzó a nacer una pequeña bola de fuego, que fue creciendo rápidamente hasta tomar el tamaño de un puño. Exclamando su conjuro en voz alta, el Mago lanzo la bola contra los zombis, haciéndola explotar en la cara de un horrible cadáver sin la mitad del cráneo. El fuego mágico envolvió a todos los no-muertos, consumiendo rápidamente la maleza y los cadáveres podridos, pero sin afectar a ninguno de los audaces aventureros. Gracias al brillo producido por el fuego, Akarion vio su resplandeciente amuleto en medio de la bolsa de dormir. Lo tomo con un ágil movimiento y lo apretó contra su pecho, mientras suspiraba lentamente. Cuando el conjuro se disipo y las flamas se fueron apagando mágicamente, los aventureros se quedaron pasmados. Pese a que la bola de fuego de Olibux había destruido a la mayoría de los zombis, un centenar de estos salían de las entrañas del bosque para reemplazarlos.
-¡Solo podemos escapar por el río! – grito Szordrin-. ¡Es la única salida que hay, si queremos sobrevivir!
-¿¡Estas completamente seguro!? – repuso Melancolía, sorprendida – ¡Pero en el río…!
-¡No hay otra salida, corran hacía el río!!! – dijo el elfo mientras recogía unas pocas flechas del suelo, las ponía en su carcaj y corría a gran velocidad.
Abraxas y Norin, quienes confiaban en Szordrin debido a la larga amistad que compartían, lo siguieron sin pestañear, pero Olibux y Melancolía dudaron un poco. Akarion seguía sentado, como si desease que ese fuera su fin. El Mago intento levantarlo, pero Melancolía lo detuvo.
-No vale la pena morir por un cobarde… – dijo la chica.
Muy a su pesar, Olibux guardo su libro de conjuros en la bolsa mágica que llevaba atada en su cinturón y siguió a la tiflin hacía el caudal. El clérigo se levanto unos segundos después. Estaba rodeado por los asquerosos cadáveres, quienes se le acercaban lentamente. Elevó su medallón firmemente, mientras rezaba una plegaria a su Diosa.
-¡No pasarán!! – exclamó con fuerza.
De su símbolo sagrado comenzó a emanar una luz muy brillante, que hizo retroceder a los zombis. Estos se deshacían lentamente, dejando salir de sus cuerpos la materia necrótica de la que se componían. Luego, al ver a sus compañeros alejarse hacía el río, supo lo que debía hacer. Haciendo un acopio de toda su fuerza de voluntad, el joven sacerdote se levantó y corrió hacía el río tratando de alcanzarlos. Al verlo, Olibux sonrió para sus adentros, aliviado de que su amigo hubiera tomado la decisión correcta.
El primero en saltar fue Szordrin, seguido casi de inmediato por el enano. Abraxas se detuvo a esperar a sus compañeros, poniendo su escudo en posición defensiva. Al pasar por allí, Melancolía miro de reojo al dracónido. Sus ojos rojo carmesí se cruzaron con los ojos azul celeste del paladín justo antes de que ella se zambullera. La siguieron el Mago y el gordo sacerdote, aunque este último se detuvo antes de saltar, como si lo dudara, pero al segundo se lanzó al río desesperadamente. Abraxas entonces noto que la luz se hacía más débil. En efecto, al mirar de nuevo al árbol, se dio cuenta que varios zombis se chamuscaban en la hoguera, mientras esta se apagaba lentamente. Sin dudarlo en segundo más, el paladín hizo una plegaria a su Dios y saltó a la trepidante corriente.
El Creador de Muñecas
Por Zeromaru X
La única manera de descubrir los límites de lo posible
es aventurarse hacia lo imposible.
Arthur C.Clarke
I
Se movían a través de aquella niebla roja que, cual manto de sangre fría y espumosa, cubría ese lugar como un suspiro de desesperación carmesí. El negro bosque estaba imbuido por un aura de superstición y silencio que envolvía con su pesada esencia el aire insalubre que nacía de las plantas deformadas, cuya forma pertenecía a un paisaje de un mundo alieno al nuestro, un mundo blasfemo y corrompido. Las ramas de los retorcidos y grisáceos árboles se enredaban enfermizamente tapando cualquier rendija por donde se pudiera colar al menos un rayo de luz de la brillante luna dorada, que de otra forma, iluminaría su tortuoso camino.
Habían viajado por días caminando entre las sombras, atravesando los caminos que solo los que viajan con el viento conocen y viendo los horrores que incluso los héroes de los cuentos preferirían olvidar. Había sido un viaje difícil. De una compañía de ocho habilidosos aventureros, ahora solo quedaban seis. A sus dos compañeros faltantes los acababan de perder hacía no mucho, en las funestas aguas del Río de las Almas Perdidas, cuando fueron arrastrados por la briosa corriente, atrapados por… aquella cosa que querían dejar en el olvido, un horror de otro tiempo que era mejor no volver a mencionar. Sin embargo, seguir la corriente del río era la única forma de llegar a su destino. Aunque habían caminado por horas en el interior del bosque, guiados solo por la tenue luz de sus antorchas, que hacía resaltar aun más el rojo color de la niebla, su camino los llevaba nuevamente al siniestro torrente. Al llegar a un gran árbol en las orillas del río, los aventureros decidieron descansar.
El árbol era bastante singular comparado con los demás árboles del bosque. Era parecido a un roble, pero su tamaño era colosal. Su copa se alzaba por encima del techo de ramas retorcidas, perdiéndose de la vista en la oscura maraña de hojas negro azabache. Su tronco era muy grueso y nudoso, de casi tres yardas de diámetro, y su corteza estaba retorcida, como cuando un niño aplasta arcilla húmeda en sus inexpertas manos. Sus gigantescas raíces se clavaban en el suelo, como si fuesen las asquerosas venas de aquel terreno maldito. Sin embargo, lo que más les llamaba la atención eran los patrones que se dibujaban sobre la corteza del árbol. Estaba casi plagada de lo que parecían ser efigies humanas. Los asquerosos relieves de cadáveres descompuestos resaltaban en esta, como si fuese la sabana mortuoria de momias mal embalsamadas. Disimulando el asco y el pavor que esto les provocaba, los seis valientes comenzaron a preparar su improvisada tienda de campaña. Hicieron una fogata alrededor de una de las deformadas raíces, mientras la joven tañía la lira en un intento de animar a sus compañeros y hacerles olvidar el horror de aquella tarde.
Este grupo de aventureros, conocido en el mundo de los mercenarios bajo el nombre de “Stormbreakers”, era bastante singular, dado el origen y raza tan diversos entre sus miembros. Estaba el dracónido Abraxas de Bahamut, un Paladín de la Orden de los Templarios de Platino. Ver a un dracónido era bastante raro en las tropicales y boscosas tierras centrales, y más uno como Abraxas, pues sus escamas eran de color plata, algo bastante inusual para los de su raza. Llevaba una brillante armadura de escamas, hecha de hierro frío, y en su cinto una espada bastante exótica, un tipo particular de sable de filo único, curvado, cuyo mango era adornado por la efigie de un dragón rojo. Cuándo le preguntaron que clase de espada era, el respondió que se trataba de un arma usada por sus ancestros, una “katana”. En el suelo, junto a su bolsa de dormir y su zurrón, se encontraba su portentoso escudo pavés, adornado con el relieve del mismo Bahamut , un gigantesco dragón. De todos los aventureros, era Abraxas el único que no demostraba miedo. Quizá por el hecho de ser un guerrero sagrado, o quizá por que creía que debía ser fuerte para inspirar a los demás.
Al otro lado de la hoguera estaba Olibux el Sabio. De complexión delgada, rostro caucásico y ojos de un marrón penetrante, Olibux rozaba ya por la mediana edad. Aun con miedo en su corazón, Olibux, como todo buen mago, estudiaba su libro de conjuros, repasando los hechizos que debía preparar para el día siguiente, mientras se rascaba su ya prominente chiva. Vestía una larga túnica color esmeralda y en su frente casi calva, llevaba tatuado el “ojo que todo lo ve”, como muestra de su alto rango en cierta cábala secreta. Junto a él, trataba de dormir Akarion de Melora, un obeso sacerdote, que a diferencia de los demás, aun temblaba metido en su bolsa de dormir, no pudiendo superar la muerte de sus dos amigos en las aguas sinuosas de aquel río. Lejos de los dos hijos de Eva, se encontraba Norin el enano, afilando su hacha con esmero. Vestido aún en su vieja armadura de mithril, recordaba viejas épocas, cuando fue un soldado en las Montañas Plateadas, que quedaban lejos ahora, más allá del limite de los recuerdos. Por su lado, Szordrin, un drow , observaba detenidamente el bosque. Siendo un explorador nato, su misión era la de guiar a los aventureros por el camino más seguro a través de ese bosque maldito. Había fallado. No pensaba dejar que esa tragedia se repitiera de nuevo. Sentado justo contra el árbol, Szordrin jugaba con sus dos espadas, mientras su arco y su carcaj descansaban en el suelo.
La última integrante de este singular grupo era Melancolía, una pequeña tiflin bardo que se ganaba la vida cantando de pueblo en pueblo. Como casi todos los de su raza, su piel era roja, dos grandes orbes de color carmesí por ojos, y una larga y juguetona cola no prensil, muy parecida a esas que les pintan a los diablos en los libros religiosos; su cabello era de un exótico color violeta, y sus cuernos aún eran pequeños, demostrando su corta edad. En busca de tesoros y aventuras se había metido de mercenaria y por casualidad había oído acerca de la fabulosa recompensa que ofrecía el Rey de Valinor para aquel que le proporcionara el método para romper el maleficio que había sido lanzado sobre la Princesa; la ilusión de tan grande recompensa, junto a la necesidad de vagar por el mundo, le obligaron a partir en busca del Creador de Muñecas. Entonces, se unió a los Stormbreakers, aunque ahora las cosas ya no eran tan bonitas como le parecieron en aquel entonces.
-Bueno, Szordrin – dijo Abraxas, animándose a romper el silencio –, ¿ya sabes como llegaremos al hogar del Creador de Muñecas?
-Si. Claro… -respondió el drow algo dubitativo -. Tan solo debemos pasar por el Santuario del Tiempo Perdido, que esta a unas cuantas yardas al norte. Pero como ya saben, este bosque esta plagado de criaturas… bueno, ¿ya las vieron, no? Weener y Simón…
-¡No hace falta que nos recuerdes a Weener y a Simón!! – interrumpió Akarion, preso de ira y pánico, mientras se refugiaba en su bolsa de dormir.
-A todos nos apesadumbra la muerte de ese niño… aunque no tanto la del ladronzuelo– se apresuro a decir Melancolía.
-Weener no era tan mala persona, Melancolía – la reprendió pacíficamente el Mago -. Aun cuando intentase robar a sus propios compañeros de viaje, era un buen amigo…
-Eso es verdad –replicó ella con tono mordaz-. Con su muerte evito que los demás muriéramos… al menos fue útil en su ultimo momento…
-¡Te recomiendo que retractes tus palabras, mujer! – refutó Olibux frunciendo el seño.
Melancolía solo le respondió con una mirada desafiante. Entonces, Abraxas se interpuso entre los dos, mientras intentaba controlarlos haciendo señas con sus manos.
-Ya basta – les amonestó con tono paternal -, no es momento para pelear entre nosotros...
Tanto el mago como la bardo se miraron de reojo, se desafiaron mutuamente con gestos en sus rostros y volvieron a sus asuntos, dejando en el aire esa inquietante sensación de incomodidad que producen las riñas entre compañeros. Norin se encogió de hombros, pensando que Melancolía tenía tenia razón. “Al fin y al cabo, si no sobrevivieron, significa que habrá mas paga para mi”, pensó. Sin embargo, estos pensamientos se disiparon rápidamente cuando se dio cuenta de lo que ocurría a su alrededor. Sin querer, se fijo en un extraño objeto que se reflejaba en el filo de su hacha y giró su cabeza para observar con más detenimiento. Aquello que vio era un aberrante espectáculo que solo había visto en sus peores pesadillas. ¡Las momias se levantaban, atravesando la corteza del árbol, dejando escapar el acre olor de la muerte!! Norin grito desesperado para llamar la atención Szordrin, quien era el que estaba más cerca del árbol. Al verse rodeado, el elfo se abalanzó rápidamente al suelo mientras guardaba sus espadas en el cinto, proeza de la que luego él mismo se sorprendería después, y se abalanzó a por su arco y su carcaj, aunque derramó varias flechas en el proceso. Mientras, Abraxas corría a tomar su escudo y Akarion se levantaba bruscamente en busca de su Medallón Sagrado.
¡La visión era horrible! Los muertos vivientes salían de todas partes. De la corteza y las raíces del árbol, del suelo y las plantas que rodeaban a los aventureros. Pronto, solo quedaba una ruta de escape: ¡el río! Los cadáveres, aún a medio podrir, se acercaban tumultuosamente a los sorprendidos aventureros. Sin embargo, fue Norin el primero que reaccionó. Con su hacha a dos manos, se abalanzo contra dos zombis y un esqueleto, destajando al primero de un solo hachazo, y tumbando al segundo con un golpe a las canillas. El esqueleto se abalanzo sobre él, pero el enano contó con la ayuda del ágil Szordrin, quien le voló el cráneo de un solo flechazo.
-¡Cúbreme, enano! – le grito el drow- ¡Recogeré las flechas que he perdido!
-¡¿A quien llamas “enano”, orejas largas!? –respondió Norin en tono burlón - ¡Recoge esas flechas rápido, que ni mi hacha podrá con tantos a la vez!!
Melancolía, quien estaba cerca de ambos guerreros, rápidamente toco unas notas con su lira, creando una onda sónica que paralizo momentáneamente a los zombis, momento en que Norin y Szordrin aprovecharon para atacar. Por su parte, Abraxas contenía la horda de sucios cadáveres que intentaban atacar al indefenso Akarion. Con su escudo pavés era fácil empujarlos y hacerlos retroceder mientras que con su sable a una mano destazaba sus cabezas. En ese mismo momento, Olibux ayudaba al regordete sacerdote a levantarse, mientras este continuaba en la búsqueda de su medallón.
-¡Solo la Madre Melora nos puede ayudar en esta situación! – exclamaba el clérigo, con la respiración entrecortada.
-¡Cálmate, Akarion! – le sacudió Olibux con fuerza - ¡Cálmate y piensa donde lo dejaste!!
Akarion lanzo un suspiro, y luego se puso a llorar desconsolado, ante la atónita mirada del Mago. El clérigo se había derrumbado ante el miedo y el arrepentimiento.
-Si no hubiera sido tan cobarde… en este momento Weener y Simón…
-¡No es tu culpa, Hermano! – exclamo el dracónido con voz de trueno, mientras contenía a unos esqueletos que intentaban inmovilizarlo -. ¡Tú sabes que era imposible vencer a esa cosa! ¡Pero será tu culpa si morimos aquí esta noche!!
Akarion quedo en estado de shock. Olibux entonces se incorporó y miro a su alrededor. Aunque los demás intentasen destruir a todos los no-muertos, estos continuaban saliendo del bosque en dirección a ellos. El mago entonces tomo su báculo mágico, y abriendo su libro de conjuros con la ayuda de su truco “Mano de Mago”, empezó a entonar un ensalmo. De su mano derecha comenzó a nacer una pequeña bola de fuego, que fue creciendo rápidamente hasta tomar el tamaño de un puño. Exclamando su conjuro en voz alta, el Mago lanzo la bola contra los zombis, haciéndola explotar en la cara de un horrible cadáver sin la mitad del cráneo. El fuego mágico envolvió a todos los no-muertos, consumiendo rápidamente la maleza y los cadáveres podridos, pero sin afectar a ninguno de los audaces aventureros. Gracias al brillo producido por el fuego, Akarion vio su resplandeciente amuleto en medio de la bolsa de dormir. Lo tomo con un ágil movimiento y lo apretó contra su pecho, mientras suspiraba lentamente. Cuando el conjuro se disipo y las flamas se fueron apagando mágicamente, los aventureros se quedaron pasmados. Pese a que la bola de fuego de Olibux había destruido a la mayoría de los zombis, un centenar de estos salían de las entrañas del bosque para reemplazarlos.
-¡Solo podemos escapar por el río! – grito Szordrin-. ¡Es la única salida que hay, si queremos sobrevivir!
-¿¡Estas completamente seguro!? – repuso Melancolía, sorprendida – ¡Pero en el río…!
-¡No hay otra salida, corran hacía el río!!! – dijo el elfo mientras recogía unas pocas flechas del suelo, las ponía en su carcaj y corría a gran velocidad.
Abraxas y Norin, quienes confiaban en Szordrin debido a la larga amistad que compartían, lo siguieron sin pestañear, pero Olibux y Melancolía dudaron un poco. Akarion seguía sentado, como si desease que ese fuera su fin. El Mago intento levantarlo, pero Melancolía lo detuvo.
-No vale la pena morir por un cobarde… – dijo la chica.
Muy a su pesar, Olibux guardo su libro de conjuros en la bolsa mágica que llevaba atada en su cinturón y siguió a la tiflin hacía el caudal. El clérigo se levanto unos segundos después. Estaba rodeado por los asquerosos cadáveres, quienes se le acercaban lentamente. Elevó su medallón firmemente, mientras rezaba una plegaria a su Diosa.
-¡No pasarán!! – exclamó con fuerza.
De su símbolo sagrado comenzó a emanar una luz muy brillante, que hizo retroceder a los zombis. Estos se deshacían lentamente, dejando salir de sus cuerpos la materia necrótica de la que se componían. Luego, al ver a sus compañeros alejarse hacía el río, supo lo que debía hacer. Haciendo un acopio de toda su fuerza de voluntad, el joven sacerdote se levantó y corrió hacía el río tratando de alcanzarlos. Al verlo, Olibux sonrió para sus adentros, aliviado de que su amigo hubiera tomado la decisión correcta.
El primero en saltar fue Szordrin, seguido casi de inmediato por el enano. Abraxas se detuvo a esperar a sus compañeros, poniendo su escudo en posición defensiva. Al pasar por allí, Melancolía miro de reojo al dracónido. Sus ojos rojo carmesí se cruzaron con los ojos azul celeste del paladín justo antes de que ella se zambullera. La siguieron el Mago y el gordo sacerdote, aunque este último se detuvo antes de saltar, como si lo dudara, pero al segundo se lanzó al río desesperadamente. Abraxas entonces noto que la luz se hacía más débil. En efecto, al mirar de nuevo al árbol, se dio cuenta que varios zombis se chamuscaban en la hoguera, mientras esta se apagaba lentamente. Sin dudarlo en segundo más, el paladín hizo una plegaria a su Dios y saltó a la trepidante corriente.