Comunidad Archiroleros

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BLOODLUST

Svargth

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El gallo de la aldea no llegó a cantar esa maldita mañana. Un explorador de la legión de la Hegemonía le había rebanado el cuello al alba justo antes de ocuparse de la misma forma de los pobres centinelas de la empalizada. El explorador concluyó su macabra intervención ahogando a la vieja Lison, quien puntualmente como cada amanecer, se dirigía a la fuente para recoger agua para su aseo personal y se cruzó con la mala suerte. La semana anterior la anciana me había sermoneado con aquello de que la suerte sonríe a los madrugadores. Tiene guasa ¡muerta por un jodido proverbio!

No tuvimos la más mínima oportunidad. A los hombres que salieron con las armas en mano, los esperaban en los marcos de las puertas. Los gladios subían y bajaban en una cadencia sanguinolenta, como los machetes del matadero en vísperas de un día de fiesta. Como advertencia de lo que se nos venía encima, teníamos derecho a contemplar los estertores agónicos de alguien conocido, quizás un padre o un hermano. Ni poético ni glorioso, simplemente eficaz. El estilo de las legiones vorozion en todo su esplendor. Antes de que nos despertasen los gritos ya había más de veinte cadáveres cuya sangre regaba las zanjas de las calles.

Nos reunieron en la plaza de la aldea. Mientras nos contemplaban como bestias, los comandantes hablaban abiertamente de una perfecta operación militar. Realmente la perfección depende de los ojos del hombre que sostiene la espada.

Buscaban rebeldes que asaltaban las fronteras desde hacía unas semanas. Bandidos y desalmados, seguro, atraídos por la estación de las cosechas y de todas festividades propias de estas fechas. No tuvimos suerte. Por un puñado de legionarios vorozion despojados y afrentados en los caminos, nuestra aldea había sufrido más de treinta muertos. Como nadie de nosotros sabía nada acerca de esos malditos bandidos, se llevaron a rastras a unos pocos a una cueva con el propósito de hacerles recordar. Antes del mediodía cuatro de los pobres desgraciados habían muerto por las torturas y el resto habían denunciado a la mitad de la región .
Las mujeres jóvenes, incluido mis dos hermanas fueron llevadas al albergue. Se que no llegaron a denunciar a nadie, pero semanas después lloraban desconsoladamente cuando creían que nadie las veía. No fue hasta un tiempo después que comprendí  las vejaciones a que fueron sometidas.

La legión abandonó la aldea a la mañana siguiente y dejaron tres decurias como guarnición. El prefecto, un bastardo de rostro cicatrizado, gastaba su tiempo en un semi estado de embriaguez a costa de las provisiones del albergue y amonestando a la población.
El prefecto lanzaba discursos sobre la necesidad de la disciplina y urgencia de que nosotros, pobres bárbaros, abrazásemos la civilización de su mundo. Su sermón era hermoso, lleno de grandes esperanzas, pero menos creíble que las declaraciones de amor de un borracho a una tabernera. Durante el día, lanzaban una verborrea sobre un futuro de igualdad y fraternidad, pero al llegar la noche nos imponían el toque de queda mientras se ventilaban nuestras bodegas y graneros. No había más opción. Cada mañana al salir el sol, todos los hombres debíamos formar de pie en la plaza y escuchar las arengas.
Antes de que llegase el fin de semana, aprendí a odiar la Hegemonía vorozion y todo lo que representaba.

Pero todo cambió de un día para otro, cuando Kharim volvió a la aldea. Se había largado hacía dos meses acompañando a un mercader que viajaba a los lindes de las junglas. Es verdad que con sus dos metros de altura y su Hacha Dios incandescente, tenía una presencia demoledora. Nada más entrar en la aldea los legionarios lo rodearon.
Un oficial le gritó para que se entregara y arrojase su Arma al suelo. No sé cual fue peor error: si dejarlo avanzar tan lejos antes de darse cuenta de lo que pasaba o si de quererle obligar a tirar a Soulcrusher al barro como si fuera el bastón de un labriego.
Cuando Kharim se dirigió a ellos, su voz tenía una extraña entonación, como si su garganta raspase contra la piedra. Ya no era él quien hablaba, era el Dios viviente que habitaba en el Arma. Preguntó que hacían las tropas de la Hegemonía en la aldea y porque su esposa y sus hijos no estaban allí para darle la bienvenida a su regreso. A pesar de lo proferido por sus labios, sus ojos demostraron que ya conocía las respuestas.

El fin de la historia no merece ser contado. No hay muchos detalles. Kharim llevaba mucha sangre derramada en su haber y bastó con un rugido y un simple movimiento descendente de Soulcrusher, que partió al pobre oficial desde el hombro hasta la cadera, para que toda la cobardía y apocamiento de la aldea desapareciese de un plumazo. Ellos eran treinta, nosotros más de quinientos y liderados por un Dios.  Toda la rabia contenida fue descargada sin piedad sobre los civilizados soldados vorozion. Yo tuve mi parte en ello, y a día de hoy todavía intento olvidar aquellos momentos donde toda moral y buen juicio se disolvieron como la niebla matutina y actuamos como bestias. Me resisto con todas mis fuerzas a recordar lo que comimos aquella noche de locura, pero no consigo borrar de mi boca el sabor amargo de las víctimas.

Al día siguiente, recogí mis pocas pertenencias y me marché. No valía la pena quedarse a esperar el castigo irremediable cuando volviesen las legiones. Mi familia había sido diezmada, mis hermanas violadas y yo me convertí en un vagabundo de un día para el otro.

En otra vida, en otro mundo, sería un gran héroe dramático. Aquí no soy más que un miserable cliché...
 
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